El hombre es así, querido señor. Tiene dos fases: no puede amar sin amarse. Observe usted a sus vecinos, si por casualidad sobreviene un deceso en el edificio en que usted vive. Los inquilinos dormían en su vida insignificante y, de pronto, por ejemplo muere el portero. Inmediatamente se despiertan, se agitan, se informan, se apiadan. Hay un muerto y el espectáculo por fin comienza. Tienen necesidad de la tragedia, qué quiere usted. Ésa es su pequeña trascendencia, es su aperitivo. Por lo demás, ¿se trata simplemente de una casualidad, si le hablo ahora de un portero? Yo tenía uno, verdaderamente desdichado, la maldad misma, un monstruo de insignificancia y de rencores, que habría desanimado hasta a un franciscano. Yo ya ni siquiera la hablaba; pero por el solo hecho de existir, aquel hombre comprometía mi comportamiento habitual. Se murió y yo asistí a su entierro. ¿Quiere usted decirme por qué lo hice?
Los dos días que precedieron a la ceremonia fueron, por otra parte, llenos de interés. La mujer del portero estaba enferma y permanecía acostada en la pieza única de su vivienda; de manera que junto a ella habían colocado el féretro sobre caballetes. Los inquilinos teníamos que ir nosotros mismos a buscar nuestra correspondencia. Abríamos la puerta y decíamos: "Buenos días, señora"; escuchábamos el elogio del desaparecido, que la portera señalaba con la mano, y nos llevábamos la correspondencia. Nada había de divertido en todo eso, ¿No le parece? Sin embargo, toda la casa desfiló por la portería, que apestaba a fenol.
Y los inquilinos no mandaban a sus criados, no. Ellos mismos iban a aprovechar la ganga; claro está que también los domésticos, pero a hurtadillas. El día del entierro se vio que el ataúd era demasiado grande para pasar por la puerta de la portería. "Oh, querido mío", decía desde su cama la portera, con una a la vez encantada y afligida, "¡Qué grande era!". "No se preocupe usted, señora", respondía el empleado de la empresa de pompas fúnebres, "lo pasaremos de través y de pie". Lo pasaron, pues, de pie y luego lo acostaron; yo (con un antiguo mozo de café de quien vine a saber que bebía todas las noches pernod con el difunto) fui el único que se llegó hasta el cementerio y arrojó flores sobre un ataúd cuyo lujo me asombró.
Inmediatamente después hice una visita a la portera para recibir sus expresiones de agradecimiento de actriz trágica. ¿Qué razón tiene todo eso? Dígamelo usted.
Ninguna, como no sea el aperitivo.
Albert Camus / La Caida
Albert Pla / El Sereno
viernes, 4 de julio de 2008
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el sereno era un cabron (pero igual tenia corazon), y como no serlo con ese rtabajo de mierda, 12 horas mas solos q el 1 , los declararia plaga nacional fijate que te corren de los portales, no te dejan mear en paz y ademas siempre tienen esa cara de hongo (estilo charlette), en fin pla es mi religion!!
ResponderEliminar¡Que tiempos!La vieja sensibilidad burguesa,la hipocresía de la tradición, familia y propiedad. Tristemente ahora: el portero murió de un tiro en la cabeza, no era portero era un consumidor de pasta base que dormía en la puerta, todos nos sentimos amigos de él cuando salió en Policías en Acción, hay una cosa en común con Camus, francamente el latero era un hijo de puta, como todos nosotros.
ResponderEliminarEl fin es el mismo, solo cambian los medios