jueves, 7 de febrero de 2008

La banda de los chacales




por Enrique Symns

PRIMERA PARTE

La Banda

Al Pijo lo conocí primero de todos.

El Pijo era un quía muy peligroso para este tipo de operativos que requieren sangre de culebra en vez de sangre.

El muy cornudo tenía una fobia, como se le puede decir, una fobia a las polleras puestas. En cuanto veía una concha tapada quería destaparla para enchufarse ahí, con esa cara de pelotudos que ponen los tipos cuando cojen que parece que estuvieran haciendo fuerza para garcar.

A esa manía que tenía de tirarse a cuanta mina se le cruzaba por la mira telescópica de su calentura, los psicólogos la llamaban “peligrosa psicopatía sexual”. Pasotas, yo no digo que el Pijo no fuera un poco raro. Seguro que durmiendo en el mismo cuarto con él, yo le pondría un buen candado a mi culo. Pero creo que toda poronga caliente es peligrosa, todo depende de quien la maneje.

La cuestión fue que los psicólogos del reformatorio le mancharon los antecedentes del coco y le decretaron podredumbre mental. Y encima se la agarraron con la familia. El padre del Pijo también tenía el hobby de cojerse a todo el mundo.

De tal palo, tal astilla. Cuando el Viejo Pijón se tomaba unos anises de más, ni la abuela se escapaba del cachondeo. Tanto el Pijo como sus hermanitos menores perdieron el virgo anal en las festicholas paternas. El asunto era contagioso y al tiempo todos los de la familia se andaban tumbando unos a otros. Que la hermana del Pijo con la abuela, que la abuela se lo bajaba al nieto, que el tío se apretaba a la madre, como en la guerra, todos contra todos sin otro objetivo militar que ponerla o dejársela poner. Antes de irse de su casa, el Pijo se vengó del drepa: lo emborrachó y se lo recojió. Fue el único polvo trolo que se echó en su vida. También se vengó de las psicólogas. Se cojió a varias. Ya en libertad, y siempre a la búsqueda de nuevos curros, comenzó a pedir entrevistas con psicoanalistas particulares y en cuanto comenzaba la parleta, el Pijo se las cargaba ahí mismo sobre el sillón de los divagues.

Pero las psicólogas no eran su especialidad. En realidad, no tenía especialidad. En su curriculun había sirvientas, profesoras de secundaria, rockeras de palermo, negritas de la villa y hasta nenas de la primaria.

Por eso decía que era muy peligroso meter a un tipo como el Pijo en un operativo de tanta magnitud como el que iba a encarar La Banda de los Chacales de la que soy su humilde pero experimentado capo.

Se corría el riesgo de que alguna bombacha demasiado humectada despertara los ultra-bajos instintos del susodicho.

Pero, por otra parte, el Pijo era un tipo de condiciones.

Cinturón negro de karate. En una pelea a mano limpia, se cargaba tranquilamente a seis tipos. Y si le dabas un palito de esos con cadenas, se volteaba a una docena de tipos en menos tiempo de lo que tarda un gargajo en llegar al piso.

El Pijo no se unió a mi banda por un ideal, por fama o por ambición. En todo caso quería guita suficiente para comprarse unos cuantos kilos de concha y morir en una comilona sexual vomitando culos y tetas.





Estoy Muerto, en cambio, era gente fina.
Educado en los mejores colegios, manyalibros y hasta con estudios cursados de monaguillo y recibido de gil de parroquia.
Hasta que un día (“ese día me dí cuenta que estaba muerto -explica Estoy Muerto-y que entonces podía empezar a divertirme”) entró a la iglesia acompañado de la madre (una vasija llena de mierda del barrio norte) y le dijo a la vieja que largaba todo. Que basta de misa y de puterío espiritual. Y para que a la vieja bostera no le quedaran dudas sobre el tema, fue hasta el altar y, con una gillete, le cortó la cara al cura. Fue en cana como el zarpado de Dios manda pero, gracias a las influencias que la vasija de mierda tenía en el milicaje gobernante, Estoy Muerto salió en libertad al año de estar encanutado. En la cárcel se perfeccionó en cuchillos. Se graduó en navajería y facaso aplicado. Cuando salió de la yuta se hizo punk, que es algo así como un hippie que se volvió rabioso.
Ahí fue cuando lo conocí. Andaba disfrazado de basura, con la cabeza rapada por un peluquero epiléptico y montones de facas escondidas en el disfraz.
Ahí nomás le dije si no quería prenderse en una grande. Me miró a los ojos y su mirada fue como la punta de un cuchillo apoyado sobre la yugular de mis pensamientos. Enseguida me dijo: -“Voy con vos”
Queriendo decir con eso que había pispiado en el corazón de mis ideas y había visto la llama sagrada de los grandes y que entonces yo era el jefe y que me iba a obedecer.
Yo casi tenía listo el plan para cometer el gran golpe del siglo. Me faltaba conocer todavía al tipo más importante, el tipo que haría posible mi sueño.

Bajarlo entero

1 comentario:

  1. toda poronga caliente es peligrosa, todo depende de quien la maneje

    brillante filosofia

    lo mismo se podria sustituir poronga con violencia o paola bianco

    Abrazo

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